Yamil Arin

COVID-19. Incertidumbre y espontaneidad: Salvadores de la vida

Un día empezamos nuestra “rutina” como cualquier otro, el café negro de todas las mañanas se vacía pensando en las cosas que tenemos para hacer para el resto del día. También pensamos en la semana, porque nos encanta preocuparnos por el futuro. Miramos el calendario del teléfono, nuestra agenda, revisamos cronogramas. Nos agobia la cantidad de cosas que tenemos para hacer. Pensamos en si es posible completar todas nuestras actividades, buscamos indiscriminadamente tiempo, que nos ayude con nuestras labores cotidianas. Todo es tan normal, tan igual, tan indiferente. Esperamos que llegue el fin de semana, tan ansiado e idealizado por muchos. Terminamos el día, nos vamos a dormir. Nos levantamos, revisamos las noticias y, de repente, nuestra vida se detiene.

Un día, un acontecimiento rompe sin mayores complicaciones con todo nuestro esquema, con toda nuestra vida, con todos nuestros planes. No lo teníamos “planeado”, no teníamos un espacio en nuestro calendario para una pandemia. No lo pensamos, jamás lo vimos venir. Y estaba ahí: esperando y lista para desordenar todo lo nuestro, preparada para marcar nuestra vida para siempre, casi como si fuese algo memorable y digno de contemplar, un hito para la humanidad.

Nunca nos pusimos a considerar todas y cada una de las cosas que la vida tiene para ofrecernos, nunca la contemplamos de manera plena. Siempre acabamos restringiéndola a parámetros absurdos de tiempos y momentos. Encasillamos a la vida en días y horas, las encerramos en los cuadraditos de los calendarios. Creemos tener el control. Creemos que podemos manejar todo lo que sucede, necesitamos controlar las cosas para sentirnos seguros. Pero ¿Cuánta arrogancia albergamos dentro nuestro para pensar así? ¿Acaso nos creemos dioses para controlar todo lo que nos rodea? Esta pandemia, nos enseñó.

Nos enseñó entre muchas cosas, en primer lugar, nos demostró que no somos nada, que hay cosas que escapan de nosotros, cosas que simplemente no podemos controlar y que, a pesar de nuestro intento, nunca vamos a lograr obtener esa seguridad plena del cual estamos tan preocupados por conseguir. La incertidumbre, ineludible enemigo del hombre, acechó nuestras vidas sin que casi nos demos cuenta. La incertidumbre, que desde los inicios de la humanidad estuvo presente, ahora se hacía aún más notoria, haciendo el papel protagónico. Y es que jamás nos dimos cuenta de que, más allá de todo lo que podemos conocer, lo que podamos prevenir, lo que podamos entender, lo que podamos deducir, lo que podamos pensar, siempre debemos tener presente “esa posibilidad”.

Esa posibilidad de considerar que todo lo que planifiquemos, puede no suceder. Hay cierto pensamiento dentro de la sociedad que nos da a pensar que por el hecho de tener en cuenta las cosas, estudiarlas y planificarlas casi como si fuésemos dueños del futuro, significa que todo será tal cual y como lo imaginemos. Debemos reconocerlo: somos egoístas. No hay otra posibilidad y otra perspectiva más que la nuestra, las cosas deben ser como lo dictaminemos, porque ¿qué puede pasar, si somos nosotros quienes somos “Dueños” de nuestro propio tiempo? Mientras nosotros estemos seguros, ¿realmente me importa lo que pase alrededor mío? Importamos nosotros y solo nosotros. Enrique Dussel, destacado filosofo argentino, en una entrevista televisiva en relación a la pandemia explicaba que el humano nunca consideró ningún aspecto negativo de el "estar avanzando" en diferentes aspectos de la sociedad, que todo siempre lo vio de forma positiva y que por este mismo motivo no se vio preparado para este tipo de situaciones, plantea que nuestra racionalidad está basado en el sistema económico, donde lo "lógico" es invertir en donde vayamos a ganar a nuestro favor, y , "como la salud de un pueblo no da ganancias, no se invierte". A raíz de esto enfatiza en el egoísmo de la raza humana, que, a pesar de ser sociedad, nos destruimos entre nosotros, nos auto agredimos, en vez de colaborar a nuestro crecimiento. Él lo denomina "Individualismo Competitivo" que conduce al suicidio de la humanidad. No hay otra posibilidad y otra perspectiva más que la nuestra, porque ¿qué puede pasar? Mientras nosotros estemos seguros, ¿realmente me importa lo que pase alrededor mío? Importamos nosotros y solo nosotros.

Si bien la incertidumbre, ese hecho que nos carga con tanta ansiedad, con tantas especulaciones, nos hace sentir inútiles e inferiores, creo que esta vez, nos hizo un favor. Nos permitió ver más allá, nos hizo abrir los ojos, nos hizo entender que aun teniendo al alcance todas las herramientas existentes en el siglo XXI y todas las predicciones posibles, eso no garantiza nuestra seguridad. Nos quitó muchas cosas, pero debemos aprender a valorar de que en realidad eso no es nada en comparación a todo lo que aprendimos de ella. Siempre elegimos evitar la incertidumbre, la vemos como una ventana abierta hacia la inseguridad y todo lo que la rodea, pero jamás nos detuvimos a entenderla como una forma de crecer, de poder evolucionar, entrever que el mundo es siempre algo temporal, que vive en constante cambio y evolución, y que a pesar de todo lo que podamos pensar, siempre sigue. Nunca se detiene. Podrán detenerse nuestras vidas, pero el mundo continúa. Nos dimos cuenta, de que jamás estamos listos, siempre hay posibilidad de mejorar. Hoy los sistemas de salud alrededor del mundo colapsan, desde los más precarios hasta los más “primermundistas”; se ponen a los pies de este virus que ataca desenfrenadamente a la humanidad.

La incertidumbre nos ayudó que podamos ver más allá de nuestras concepciones, y eso es algo que deberíamos agradecerle. Es por ella y solo por ella que hoy podemos seguir esforzándonos, para seguir mejorando día a día, superarnos. Y es que la incertidumbre es, en cierto punto, una forma de motivación ante la falta de seguridad que tan molestosamente nos brinda: queremos acabar con ella, dejarla olvidada, que deje de existir. ¿Quién es ella para atreverse a darnos tanta inseguridad en este mundo donde todo ya ha sido pautado, donde todo ya está controlado? Pero es por esta misma razón a quien menos deberíamos atacar. Vino a traernos un recordatorio: decirnos que la vida es espontánea y, por ende, no podemos estar estructurándonos, aprisionándonos nosotros mismos, como una forma de tapar las angustias con una manta de “orden” que solo se entiende en su manera restrictiva. No podemos decidir ni controlar lo que suceda, pero parecemos no ser capaces de entenderlo. Si logramos entender que es necesario vivir bajo la ley de la espontaneidad, debemos de comenzar a vivir en el ahora, en el hoy, en este momento, porque es lo único cierto. El pasado ya transcurrió, el futuro quizás sea, solo el hoy, él ahora es lo que es; el pasado nos atormenta, el futuro nos esclaviza, ambos nos impiden vivir con plena libertad. La existencia radica justamente en la comprensión, en la asimilación de que nuestras vidas son una llama de fuego que nunca está quieta, nunca es igual, la vemos ahí, expandiéndose, achicándose, flameando, casi extinguiéndose y volviendo a resurgir. El universo transcurre y nosotros, también transcurrimos. Vivir espontáneamente, es vivir en armonía con la naturaleza, es vivir en equilibrio con ella, haciendo solo lo importante dejando de lado lo superficial, evitando creer tener el poder, evitando creer que gobernamos lo que nos acontece. Vivimos enojados con el mundo, con el universo, quizá con Dios por habernos traído esta pandemia, como si fuese que el mundo nos debiera firmeza. Pero, ¿Por qué debería hacerlo? Es preocupante como rebosamos y destilamos de egoísmo. Aun cuando intentásemos por todos los medios hacernos creer que la espontaneidad es algo ficticio, no podemos dejar de escapar de ella. La espontaneidad nos hace ser lo que somos, de otra forma, todo sería igual, indistinto, monótono, aburrido y hasta cansino. Es inimaginable pensar un mundo sin sorpresas, sin cosas que nos den esa sensación de lo inesperado. ¿Cuántas cosas perderíamos? La vida se nutre de estos factores, y no podemos exceptuarnos de ellos. Debemos sentar cabeza y aprender de ello. Convencernos de que hay mucho más allá de lo que pudiésemos llegar a creer, y entender que siempre, la espontaneidad y la incertidumbre nos enseñan, por más “malas” que sean. Está en nuestra decisión escucharlas o no.

Esa falta de espontaneidad que tanto anhelábamos en las dolorosas rutinas resurgió con abundancia en estos tiempos, pero aun cuando la deseábamos hace unos meses atrás, hoy nos quejamos. Parece que no nos conformamos con nada.

Hoy tenemos la espontaneidad al alcance de nuestras manos, tuvimos que quedarnos en nuestras casas y esto nos permitió explorar un mundo de posibilidades que dejaron de inhibirse: y surgió la espontaneidad.

Muchos tuvieron la posibilidad de hacer algo nuevo, algo distinto, algo que no estaban acostumbrados a hacer, renovaron sus actividades cotidianas, aprendieron cosas nuevas, se dieron cuenta de que hay mucho más para hacer de lo que aparentemente vemos. Y es que somos nosotros, quienes nos limitamos ante todas estas nuevas posibilidades. Somos nosotros quienes nos restringimos imponiéndonos fechas, horarios, momentos, espacios. Jean Paul Sartre dice: “El hombre está condenado a ser libre”, para Sartre somos nosotros los únicos responsables de nuestra libertad. Somos responsables del uso que hacemos de ella. Entonces, deberíamos dejar de “aprisionarnos”. Deberíamos empezar a mirar y valorar más estos momentos, y eliminar esa arrogancia tan arraigada a nosotros, que no nos deja dar lugar a algo tan lindo como lo espontaneo, lo lindo de lo desconocido. No todo tiene respuestas, no todo es controlable, no todo es programable, no todo es pautable, y está bien que así sea.


over 3 years ago

Yamil Arin