Tokyo Drifter (1966)
🎬 Seijun Suzuki | IMDB
Melancolía sabor neón
“Si muero, lo haré como un hombre.
Para mí la lealtad va antes que el amor.
Soy un desterrado de Tokyo.
Tanto el viento como la luna viven solos.
Y un desterrado como yo vive solo también.
No sé dónde estará mi tumba”
Sobre los versos anteriores podemos hacer el ejercicio de reemplazar “Tokyo” por “Chicago”, “Buffalo” o “NYC” (ciudades ícono de la mafia italiana en Estados Unidos) o bien por cualquier ciudad del Lejano Oeste a fines del siglo XIX, y notaremos que no pierde el sentido en lo absoluto. Ese sexto sentido cinéfilo nos traerá a la mente muchas historias que podrían calzar perfectamente con la prosa: Gángsters, traición y mafia como Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990) o pistolas, polvo y revancha como “El bueno, el malo y el feo” (The good, the bad and the ugly, 1966)
La melodía se repite (se canta, se tararea o se silba) como mantra repetidas veces durante Tokyo Drifter, singular película dirigida por Seijun Suzuki y estrenada en 1966. Todo en el film empuja hacia la melancolía y reflexiona sobre el dolor de un pasado agitado y un futuro que casi no importa. Sentimiento que podría emparentar al protagonista nipón con el personaje de Viggo Mortensen en “Una historia de violencia” (A history of violence, 2005) de David Cronenberg.
La música, las transiciones y el vestuario nos rememoran a algunos pasajes de la obra de Tarantino como “Django sin cadenas” (Django unchained, 2012) o la mismísima saga de “Kill Bill” (2003 y 2004).
A los ojos del 2021 la dinámica de la historia podría resultar lenta y con incoherencias argumentales imposibles de ignorar. Tanto es así que, en la segunda mitad, se termina convirtiendo en una parodia de sí misma y del género. Coronan el desvarío: coreografías de peleas al estilo del Batman de Adam West (1966-1968) y secuencias de tiroteos imposibles que parecen sacadas de "Locos del aire" (Hot Shots!, 1991).
Sin embargo, en medio de los huecos de la trama, aparecen colores neón en escenografía y vestimenta junto a planos saturados de brillo de los blancos, rojos y amarillos para llamar la atención. Aquello nos da la pauta de una fotografía intencionalmente trabajada y creativa al extremo. No hay dos planos iguales en toda la película y cada detalle está pensado en función de entretener y sorprender visualmente. Puestas en escena que recuerda a los episodios más surrealistas de "Twin Peaks" (1990-1991) de David Lynch.
Suzuki fue capaz de estrenar hasta cuatro películas en un año durante su época dorada. Más que meritorio para un director que supo encarar su trabajo detrás de cámara como un verdadero artesano. Irreverente para con la industria e indescifrable en su filmografía, es considerado uno de los directores más influyentes del cine japonés de la historia.
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