Rodrigo Uroz

Distintos infinitos y los hijos

La relatividad del tiempo se manifiesta cuando analizamos las transformaciones en la historia. La cantidad de transformaciones que se dieron entre el año 900 y el 1000 de nuestra era es equivalente a la cantidad entre el año 200 y 300 y probablemente entre el año 1200 y 1300 también.

Recién en los siglos recientes, cuando la ciencia se atrevió paulatinamente a comenzar a discutirle a Dios, los avances son mas vertiginosos. Tanto es así que en una o dos generaciones podemos observar transformaciones trascendentales en el modo de vida como no se vieron nunca antes.

Todos esos avances producidos en el siglo XX se cimientan en grandes pensadores del siglo XIX. Pensadores que no por eso terminaron llenos de laureles, sino más bien olvidados en hospitales psiquiátricos, a su suerte.

Uno de ellos fue Georg Cantor. Jorge, para los amigos, vivió toda la vida atormentado porque lo que él creía que era cierto significaba que no existía un poder absoluto, sino que siempre podía haber un poder más grande. O sea, Dios en cualquier momento se podía encontrar con otro ser que le copara la parada.

El trabajo al que le entregó su vida (en sentido literal) tiene que ver con la teoría de conjuntos y el concepto de infinito. Él demostró que existen infinitos más grandes que otros. Así nomas.

No es tan difícil de demostrar, después de todo. Seguro que hay métodos matemáticos, muy elegantes y escapadizos.

Yo tengo uno mucho más metafísico y existencialista. Resulta que hace años tengo una compañera de vida que elegí para transitar junto a ella este camino. La idea de no tenerla no es una idea agradable, no es una idea que sea fácil de digerir. Perderla me colmaría de tristeza, me asomaría a un abismo infinito.

La vida a veces es hermosa y decidimos hace un año traer una nueva persona a este mundo para tomarle la mano y acompañarla en su camino.

El abismo de no tenerla a ella es más grande.

Es una habitación cerrada, que al entrar es desoladoramente oscura, fría y silenciosa. Es un vacío que te succiona desde las entrañas y te asfixia.

Es donde la imaginación encuentra su límite.

Podemos imaginarnos lo que queramos. Imaginar es como caminar sobre un terreno de universos posibles. Podemos caminar hacia cualquier lado, pero hay lugares a los que no podemos pensar ni siquiera en ir. La sola idea de caminar hacia allá nos estruja el alma.

Tenemos que aprender a vivir con eso, sabiendo que lo que no controlamos nos controla. Aprendemos a esconderlo en algún lugar alejado de la conciencia y seguimos cantando canciones y apretujando sus manitos.

Como dijo Randy Pausch:

"No podemos cambiar las cartas que nos tocaron, solo cómo jugar la mano"