Mateo W. Racca

No Light, No Light

Algunas noches me siento en el filo del balcón, con las piernas colgando, e intento respirar.

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Suelo cruzar los brazos sobre la baranda y apoyar un lado de mi cara sobre uno de mis antebrazos para ver los reflejos.

La gente me resulta graciosa, y no voy a decir que no la entiendo, porque la mayor parte del tiempo ni siquiera yo me entiendo.

Las luces de los autos pueden ser más o menos cálidas o frías, pero todas pasan. Algunas miradas se quedan un rato y me hacen recordar tardes de otoño y noches de primavera. Otras, me generan escalofríos. Y no creo que sea miedo, pero sí me recuerdan cosas que trato evitar.

Y los domingos, la intensidad toma otra dimensión, ¿no?

Vidrio bajo, bocanadas de humo espesas y el repiqueteo del motor detrás de una mirada incisiva. Una lágrima que quiere caer, pero que no llega. Labios apretados.

No sé por qué, pero en mi cabeza la historia es así: un mensaje por WhatsApp, de esos que parecen fríos, sin emojis, sin exclamación.

Mi fantasía se interrumpe, el teléfono se cae. Pero no se cae sin más, se cae como cuando perdemos el registro sobre nuestro cuerpo, como cuando algo nos descoloca y de repente todo pierde el sentido.

A veces no me salen las palabras, y quizás habría sido mejor preguntar desde el balcón y ya. Pero no pude. Bajé tan rápido como pude. Es un día raro, hay poca gente por Honduras, la heladería de la esquina resulta desoladora y dos luces titilan sobre la calle con una intermitencia casi sincrónica.

Cuando llegué a la vereda el auto seguía en marcha, a un costado, entre un contenedor de residuos y la camioneta de un gasista que no conozco pero que desde hace un tiempo está estacionada ahí. La puerta estaba semi abierta y ella estaba sobre el cordón, mirando hacia arriba.

La respiración era irregular, frenética y creo que la palabra es tormentosa. Me acerqué despacio. Intenté hablarle, pero sentí que no me escuchaba y me di cuenta de que sus dedos se movían cuando los autos pasaban y todo al rededor se ponía a vibrar.

Sostuve sus manos entre las mías mientras las sirenas se acercaban, y sentí su voz en medio del silencio de sus labios morados, y hilo de luz en sus mejillas mientras por un instante yo recordaba una canción de Florence + The Machine, y a ella, la noche violenta la veía pasar.