Todo me sabe a poco
A veces me llama la atención el vapor de los suspiros en las mañanas de otoño. Pero creo que me asombro más cuando todo pasa tan lento que ni siquiera me doy cuenta de que el aire se corta con cada bocanada, y recién al rato me percato de que no tuve registro de que eso pasaba.
Hay una colilla de cigarrillo en el borde de una ventana, detrás de la niebla, de frente al mar.
Las gaviotas deben estar saltando desde los paredones, como suicidas, al Cantábrico. Como cada vez que parece esperan que el cielo vaya a caer.
A veces pienso que lo hacen para sentir que ellas también caen. Otras me pregunto si sienten adrenalina. Y la mayor parte de tiempo pienso que por un rato me gustaría no pensar.
En mi cabeza retumba el estribillo de Thinkin Bout You, de Frank Ocean, y hasta se pierde el eco del mar. A veces el viento me recuerda que estoy caminando y por unos segundos veo la gente pasar.
Las escaleras que llevan a Ulía quedaron atrás, y también la gente, y los motores, y los suspiros. Ahora sigue retumbando el viento, pero las acacias se mueven con calma y el aire huele a resina. Y a sal. Siempre a sal.
El tiempo pasa rápido, como las nubes, y la tormenta está por llegar. Las piedras se tiñen del cielo, y también las olas. Incluso las que rompen y se transforman con el viento en algo más.
Las gaviotas no saltan porque ahora parece que le toca le toca al cielo, yo escucho a Alizzz cantar "Vamos a buscar, tiene que haber algo más" mientras el tiempo pasa. Y sigo sentado, sin pensar en que esto de esperar quizás no sea encontrar.