VHS
Decantar. Creo que ese es el verbo. Así como las hojas no caen, sino que es un transitivo con destino inevitable pero, eligen cuando soltarse.
Los soles de otoño suelen acompañarse con vientos de invierno que hacen a la hojas bailar.
Los Alpes se mueven en compases irregulares, el sol siempre los alcanza. Hay un libro cuyos poemas se escapan y que parece nunca tener final.
Hay una libreta con hojas lisas, tinta roja y un par de lágrimas entreveradas con notas que arrastran las emociones que el papel aguanta, pero que el alma no puede ordenar.
Quizás en ordenar está el problema, porque hay cosas que no se estructuran ni se planean, que son aludes o mareas suaves en aguas templadas pero que no necesariamente se pueden interpretar así sin más.
Las ventanillas se empañan con la altitud, con el frío, o con las dos. Creo que no lo sabría explicar.
Veo su reflejo entre una marea de pinos de una paleta de colores que va desde el verde alimonado hasta tonos almendrados desérticos que se apropian del sol matinal.
Sus pecas son simpáticas, como pequeñas constelaciones que convergen con su mirada. Una mirada que se pierde en los filos de las grietas que parecen romper las montañas. Aunque, conociéndola, probablemente esté pensando en que esas rupturas son las que les dan sentido a esas cadenas y que las intentan amalgamar.
El arco de sus pestañas puede resultar agresivo, aunque tiendo a creer que es su intento de equilibrio para balancear la paz de sus ojos cuando bajo soles de otoño una mañana se decanta a sus sueños y cada instante deja de ser efímero porque en sus manos son algo más.
El tiempo se rompe como en un VHS tan imperfecto como real, el viento traduce su ruido, y sus manos que a veces desintegran mis barreras y que siempre me traen a donde sea que las vuelva a encontrar.